Sed, violencia, soledad, desolación, sequedad... son algunas de las palabras que vienen a nuestra mente cuando evocamos esta novela. Uno nota como un polvo en la garganta que no deja respirar holgadamente y siente que todo se seca por dentro.
Es una novela que huele. La descripción de los paisajes, de las situaciones que atraviesa el protagonista, de los personajes sin nombre, es tan certera, que uno percibe el olor de la miseria, del vacío moral y de la podredumbre humana. Huele a carne quemada, a agua podrida, a sangre y orina. Huele a leche, a cabra y a excrementos. Huele a rancio, a tierra yerma, a sudor.
Es una novela que nos arruga el semblante porque transmite todo lo que podemos encontrar en esas tinieblas que es el corazón del hombre cuando no hay nada bueno a qué aferrarse. Cuando la pobreza, la corrupción y la violencia se adueñan del entorno, el amor escapa, como el agua por los desagües, y todo se vuelve árido e insensible, hasta el alma.
Un western ibérico, una novela de iniciación, una fábula moral e incluso un manual de supervivencia para hombres son términos que se nos ocurren para catalogarla, pero la novela es todo eso y más.
Es increíble cómo un escritor tan joven (44 años) y con solo dos novelas publicadas hasta la fecha, puede manejar un lenguaje tan rico, tan culto y tan preciso con tanto acierto que es capaz de hacernos sentir la violencia de un instante sin caer en sensacionalismos ni descripciones obscenas.
Notamos las influencias de Las ratas de Miguel Delibes y de Corman McCarthy en La carretera. Pero el autor ha conseguido, desde nuestro punto de vista, ir más allá y sorprendernos muy gratamente.
Es una historia con múltiples matices y personajes sin nombre que uno puede situar en un espacio y un tiempo y bautizar a su antojo.
A unos, nos sugiere esa España en blanco y negro de la posguerra, marcada por el odio, las venganzas y el sometimiento, cobarde o indecente, al poder. Otros, ven una sociedad futura despojada de vida y valores por la codicia, la ambición y la desdicha.
Pero hay algo en lo que todos coincidimos y que no deja lugar a dudas: se trata de una magnífica novela que uno no puede dejar de leer, aunque, eso sí, con un buen jarro de agua fresca al lado.
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