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miércoles, 14 de diciembre de 2016

CINE-FORUM: SIETE MESAS DE BILLAR FRANCÉS, de GRACIA QUEREJETA

“Es mucho más fácil hacer una buena película cuando se cuenta con buenos actores”. Con esta frase comenzamos nuestra tertulia tras la proyección de Siete mesas de billar francés, de Gracia Querejeta. Coincidimos todos en la mediocre calidad del sonido que, desgraciadamente, nos ha hecho perder muchas frases interesantes y algunas claves para comprender la totalidad de la historia. De este modo nuestra charla se inició aclarando todo aquello que algunos no habían escuchado bien. Y, a partir de ahí, el diálogo entre nosotros fluyó, como siempre, entre coincidencias y desacuerdos que no hacen sino enriquecer cualquier actividad cultural que compartimos.
 La película cuenta con extraordinarios actores, como ese Raúl Arévalo, que adereza esta historia gris con unas inteligentes notas de humor, o como ese Víctor Valdivia (nuestro pequeño Froilán), un derroche de ingenua perspicacia. Pero no cabe duda de que el gran peso de la película recae en dos interpretaciones magistrales: Ángela (Maribel Verdú) en uno de esos papeles que han marcado una nueva etapa en su trayectoria cinematográfica y Charo, la siempre genial Blanca Portillo. 
Maribel Verdú consigue con sus expresiones y su mirada transmitir todo aquello que no se cuenta y la dificultad de lograr esto hace que, ya en los primeros minutos de la película, descubras su incuestionable talento. 
Blanca Portillo hace absolutamente creíble a esa mujer triste marcada por una vida de anulación y malos tratos que la han transformado en un personaje hostil y amargado, incapaz de sacarse partido. Dos vidas difíciles cubiertas por la sombra del engaño y relegadas a un segundo plano por el egocentrismo de un personaje cuya muerte (no sabemos si elegida) va a cambiar todos los destinos al modo de una partida de billar francés. 
Cada acontecimiento golpea a tres bandas modificando la dirección de cada uno. Y lo mejor es que todos ellos apuestan por ganar y salir de ese vacío existencial que la historia te transmite casi hasta el instante del desenlace. 
Esa forma de contar la historia de unos personajes unidos por el juego del billar utilizando la metáfora de una partida de este ¿deporte? nos parece maravillosa y aumenta nuestro respeto hacia un cine que es capaz de enriquecer nuestro ocio con historias cotidianas sin necesidad de un despliegue, a veces innecesario y ostentoso, de medios técnicos. 
Se trata de un cine hecho por mujeres, entre las que no podemos olvidar el realismo de la historia de la criada hondureña y el toque magistral de Amparo Baró, esa madre que no sabe para qué sirven los viejos pero sí sabe cómo impulsar a su hija a encontrar su camino y hacer uso de su libertad. 
Bravo por nuestras “españolas de cine”.

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