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miércoles, 23 de mayo de 2018

DEL COLOR DE LA LECHE, de NELL LEYSHON

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Finalizamos las actividades de dinamización de la biblioteca Remigio J. Aguayo de este curso con una tertulia sobre el libro de Nell Leyshon titulado Del color de la leche y no podemos negar que, tanto el tema como el estilo literario de la autora, para bien o para mal, no ha dejado indiferente a ningún miembro de este grupo.

Lo que a algunos parece tendencioso y no creíble, a otros, la mayoría, parece un vivo reflejo de una realidad extrapolable a un tiempo más reciente e incluso a muchos lugares de hoy en día.

La autora ha querido dar voz a una niña del siglo XIX perteneciente a la clase trabajadora, criada en un entorno rural, fundido con los olores y valores de un medio en el que la vida viene marcada por el trabajo duro y constante de sol a sol, sin otras normas ni otro ritmo que el que marca la naturaleza. 
Una niña, Mary, espontánea, franca, que no entiende de remilgos ni recovecos, que dice lo que siente porque, entre otras cosas, en su mundo no ha hallado lugar para los sentimientos y mucho menos para disfrazarlos. Es una niña albina, su pelo es "del color de la leche"; con una minusvalía física, cojea; con tres hermanas, todas ellas mujeres; con un abuelo, del que solo ella se ocupa; una madre, de la que poco o nada se habla y un padre duro y autoritario, que no conoce más que la fuerza para manejar o dominar a su prole.

Y para dar voz a esa niña, la autora ha escrito el libro intentando imitar el estilo que hubiera tenido Mary. Porque, quizá, el principal objetivo de esta obra sea contar lo que muchas personas, especialmente mujeres, de esa época y de ese entorno social, hubieran contado si hubieran tenido la oportunidad de saber leer y escribir. El libro es una respuesta a esa pregunta que ya se plantea en el prólogo.

Estructurado en cuatro estaciones, como etapas de una vida, el libro nos muestra una realidad enfrentada en dos ambientes sociales diferentes. Dos ambientes marcados por diferentes olores, porque este libro huele, nos hace oler...
La casa de Mary huele a vaca y a estiércol, huele a campo y a leche, huele a miseria, a ropa mugrienta y a sudor...

La casa del vicario huele a barniz y a pan blanco, a ricos manjares, al calor de la chimenea, a naftalina y a jabón...

En la primera no hay nada más que lo estrictamente necesario en un entorno de supervivencia, no hay adornos ni florituras porque no hay lugar para los lujos ni para nada supérfluo. Se trata de una vida sin tiempo, respetuosa y acorde con los ritmos que la naturaleza impone "no hay reloj, nos levantamos cuando hay luz, nos acostamos cuando está oscuro, los animales no tienen relojes y parecen que se apañan” .”comemos cuando el estómago ruge”,

En la segunda hay más habitaciones que habitantes, hay símbolos del ocio y tiempo libre, y hay una absoluta incomprensión y desconocimiento hacia aquellos a los que nunca se les dio la oportunidad de acceder al saber, tal y como podemos encontrar en la frase que pronuncia Mary cuando la esposa del vicario le pregunta si sabe tocar el piano "¿dónde cree que iba a aprender a tocar, en la pocilga de los cerdos, en el gallinero?".

En esta novela hemos conocido los pensamientos de una sociedad patriarcal en la que las mujeres están plenamente sometidas, invisibles, dóciles..., con un padre frustrado por tener solo hijas que “ninguna tiene el buen juicio que tiene un hombre, ninguna puede trabajar como un hombre “.

El libro muestra una sociedad dividida, que, desde los ojos del hoy, no podemos dejar de ver injusta, aunque en ese momento nadie, o casi nadie, tuviera conciencia de tal. Porque el poder, y de su mano la religión, ya se encargaron de que cada cual asumiera su rol con naturalidad y conformismo. De hecho Mary prefiere su miseria a un entorno que le es hostil y en el que no se siente libre. 
Y no cree Mary que las personas y los animales sean tan distintos como creen los privilegiados "en la jerarquía de la vida, la persona que te emplea debería estar por encima del cerdo, las personas y los animales son muy diferentes", a lo que Mary responde: "para mí no son diferentes, hay cosas que los dos hacen que son iguales".
 
Y no podemos dejar de pensar en cuántas Mary ha habido en el pasado, cuántas Mary siguen existiendo, viviendo su miseria a escondidas, cuántos hijos se han ocultado, se han vendido o se han atribuido a otros padres solo para proteger a los poderosos, a esos que han usado su situación de privilegio social, político o económico para someter a los que estaban por debajo y no podían hacer nada en su defensa, porque cualquier salida posible era para mal o para peor. 
Y, cuando eso ocurre, cuando se usa la fuerza o el poder para someter, cuando se le niegan oportunidades a unos mientras que se regalan a otros las que no merecen, cuando se priva del saber y la cultura a una parte del pueblo para que nunca ellos puedan contar su historia, entonces, tal vez haya otros términos para describir esta situación, pero yo no conozco otro mejor que el de la más clara INJUSTICIA.
Y cierto es que la mejor herramienta para combatir la injusticia (ya lo dijo Sócrates, mucho más tarde Kant, y ya lo vienen diciendo desde siempre los filósofos) es la cultura. 
Mary tuvo la oportunidad de contar su historia porque el vicario (aunque no desinteresadamente) la enseñó a leer. Quiso contar su historia desde el principio, sin olvidar nada, a sabiendas de que no la iba a librar de nada.
Es la oportunidad y la voz que Nell Leyshon le ha dado. Es la oportunidad que la lectura y la escritura, principales instrumentos de la cultura, nos da para conocer lo que muchos no quieren que conozcamos, para que nunca perdamos nuestro derecho a ser críticos, a cuestionar un medio con el que no tenemos por qué conformarnos.



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