Siempre hay un momento en la
vida para encontrar nuestro camino si sabemos aprender de la adversidad y si
contamos con la mayor de las riquezas posibles: el entusiasmo y una ilusión.
Nacho Salar era un
adolescente en los ochenta compañero de un grupo de alumnos que tenían más o
menos claro su futuro, y él, entonces perdido, seguía de algún modo ese ritmo
sin saber muy bien por dónde lo llevaría. Llegó el momento de decidir y tuvo
que matricularse en la Universidad, porque eso era lo que hacían sus amigos.
Nacho optó por Economía. Un error.
Un error, porque los
números, el dinero, el déficit o el superávit, nada tienen que ver con un chico
que emana imaginación y espiritualidad. Trabajó un tiempo en un hotel hasta que
la “bendita crisis” le dejó sin trabajo. Y fue esta circunstancia, aparentemente
trágica, la que orientó sus pasos hacia el mundo en que ahora se mueve y que
tuvo la amabilidad de compartir con este grupo que constituye las tertulias de
la biblioteca del IES Jorge Guillén de Torrox.
Nacho estuvo en Japón y se
impregnó de su lengua y de su filosofía. Descubrió que la máxima supuestamente
infalible de occidente que nos lleva a obtener el máximo rendimiento con el
mínimo esfuerzo no estaba exenta de errores. Existe otra forma de ver el mundo.
Una forma según la cual hay que poner todo nuestro empeño en un objetivo que no
tiene por qué aportar una recompensa material. La felicidad no es un estado
material ni el resultado de las posesiones materiales. La felicidad es
levantarte cada día con la ilusión de que vas a hacer lo que te gusta. A Nacho
le gusta la naturaleza.
En la naturaleza ha
encontrado toda una filosofía, un sentido a su vida, un lenguaje del que ha
aprendido mucho más que de aquellos libros que antaño nos empeñábamos en hacerle
estudiar.
Nacho es un filósofo del
arte. Ha aprehendido perfectamente el concepto de belleza cuya esencia está,
según él, en la vida misma. La vida es cambio, devenir; es dialéctica, está
hecha de contradicciones; es sucesión y es una energía que se renueva a cada
instante. Nacho rezuma vitalismo por todos sus poros, hasta el punto de que
escucharlo era como leer a Nietzsche, aprender a amar la vida con su fuerza, su
trágica lucha, su intensidad.
Nacho nos transmitió parte
de sus conocimientos sobre jardinería, consejos que todos aplicaremos con
seguridad. Pero, desde mi punto de vista, lo más genial fue descubrir con él el
arte de los bonsáis. Una pasión para el que no tiene prisa, una forma de
expresión para espíritus superiores, una ocupación para el que derrocha
sensibilidad. Una a una desfilaron imágenes de verdaderas obras de arte cada
una de las cuales constituía una lección de vida, de lucha por la
supervivencia, de un lenguaje capaz de expresar los más profundos sentimientos.
La melancolía del cambio estacional, el ingenio de quien se aferra a la vida, la
explosión de luz y color. No sabría decir qué imagen nos gustó más, pero sí hay
algo que todos sentimos y que no dudo en confirmar: Fueron tres horas intensas,
una tarde placenteramente aprovechada que complementaremos con una visita a su
jardín de bonsáis y por encima de todo una lección de vida y esperanza para
todos aquellos que confunden hacia dónde han de apuntar los dardos de la
satisfacción personal.
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