En
el IES Jorge Guillén de Torrox, en una agradable tarde de febrero,
después de una noche de lluvia, nos reunimos los componentes de las
tertulias que cada mes se celebran en la Biblioteca Remigio Aguayo
para ver y comentar una película, Mystic river de Clint
Eastwood.
La
mayoría conocía esta historia y era la segunda o tercera vez que
veía la película. Para otros, ha sido un descubrimiento
unánimemente interesante.
Durante
la proyección, he mirado las expresiones de mis compañeros de mesa
de camilla y he encontrado indignación, impotencia, amargura,
tristeza... Porque Mystic river es una película, entre
otras cosas, de sentimientos. Se refleja la venganza, la mala
conciencia, la depravación, el rechazo a los débiles, el valor de
la apariencia, el darwinismo social en el que solo los fuertes
sobreviven. Pero, ante todo, la película denuncia la patología de
esa sociedad americana hipócrita, puritana, que es capaz de
perseguir a quien bebe en la calle pero que aplaude a quien almacena
armas en su domicilio.
Es
una sociedad capaz de eliminar todo lo que "sobra" con tal
de proyectar una imagen de éxito, de felicidad, de "normalidad"
y es por eso que hay que transmitir la sensación de que todo se
controla, de que "quien la hace, la paga", aunque tras ese
orden aparente se escondan multitud de errores, de injusticias. Y, lo
más exasperante, es el papel que ciertas instituciones juegan en
ello. (Pensemos en el protagonismo que tiene en la película la
Iglesia...)
Creemos
que el trabajo de Clint Eastwood es inmejorable. Ha sido capaz
de esconder sus tendencias políticas y rodearse de los mejores
profesionales para dar vida a estos personajes, independientemente de
la ideología de cada uno. Nadie podría haber interpretado mejor a
cada uno, porque son actores que no representan un papel sino que son
ellos mismos, realmente, los personajes que encarnan. Se meten tan
dentro de su trabajo que no parece que estén actuando. Merecidísimos
los premios recibidos por Sean Penn y Tim Robbins. Pero
además hay un maravilloso trabajo de dirección en el cuidado de ese
lenguaje cinematográfico capaz de dar a cada escena la iluminación
y el marco necesarios para que la historia nos cuente aún más cosas
con estos elementos que con las palabras. Hay autenticidad en cada
detalle, en cada personaje, incluso en ese tendero que ya intervino
junto a Eastwood en El bueno, el feo y el malo, Eli
Wallach. Y, ¿qué decir de ese poli negro que más que un actor
es un policía auténtico?
Genial
la interpretación de la mujer de Jimmy que condensa en los últimos
momentos de proyección toda la filosofía que antes he mencionado.
Sibilina, manipuladora, animando al matón a seguir siéndolo porque
hay que mantener el orden caiga quien caiga y porque solo vale la
fuerza en un mundo en el que los débiles estorban y han de ser
eliminados.
Tal
vez tengamos algo que objetar sobre el personaje de la mujer de
Dave, que está un poco sobreinterpretado. Le sobran muecas, ñoñería
y, si bien es cierto que no nos ha despertado mucha simpatía,
también es comprensible su reacción de duda, de desconfianza,
porque siempre desconfiamos de las personas marcadas, porque nos
asustan los traumas, las debilidades.
Y,
como no podía ser de otro modo, ahí está ese desfile lleno de
música, color y banderitas americanas porque
eso es lo importante: que todo continúe, que nadie cuestione nada
más, "que siga la fiesta".
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