Tras un breve paréntesis, volvemos a dinamizar nuestra biblioteca, en esta ocasión para compartir nuestras opiniones sobre uno de los libros que propusimos a comienzos de curso: El libro de los Baltimore, de Jöel Dicker.
Ni que decir tiene que se trata de una lectura entretenida que, si quieres, puedes devorar en poco tiempo. Es un libro ameno, de lectura fácil y que no implica en absoluto quebraderos de cabeza. Ideal para evadirse sin más.
Sin embargo, conforme vamos desgranando la trama, las situaciones, los personajes, nos hemos ido dando cuenta de que es mucho más lo negativo que podemos decir del libro.
Si te crees la historia, tal vez te resulte triste porque habla de acoso, de envidias, de celos ante los que siempre tenemos más cerca. Habla de destrucción de sueños, de desmoronamiento familiar...
El problema es que no es fácil creerse la historia y es aquí donde nos formulamos tantas preguntas: ¿por qué esos saltos cronológicos sin ton ni son?, ¿por qué se fabrica una historia en la que casi con calzador aparecen esos temas de los que toda novela comercial tiene que hablar?, ¿por qué no te identificas con ningún personaje ni te afecta ningún sentimiento a pesar de estar escrito en un lenguaje tan fácil? ¿Acaso se trata de un cuento en el que nada es real?
La novela es sumamente visual. Se lee como el que ve una serie americana que te pasea desde Miami a la América más profunda. Paisajes solitarios con el solo signo de civilización que supone una gasolinera. Chicos fuertes y musculosos que defienden a los débiles y se convierten en el Swarzeneger de turno. Chicos listos, rebeldes e insolentes que desafían a las instituciones educativas. Adultos ricos, triunfadores, que viven en lujosas mansiones junto a mujeres floreros. La chica guapa, centro de todas las miradas, que enamora a primera vista. Todos persiguiendo un único ideal, la fama.
Hay tantas imágenes que hemos visto en tantas películas que la lectura nos produce hastío mucho antes de terminarla.
Y, como no, para que nada falte, ahí está esa moralina tan empalagosamente cristiana de la compasión por el chico desamparado al que convierten en un miembro más de la familia y que no causa ningún problema mientras quede claro que está por debajo en la esfera social. Ahora bien, que no supere al protector, que no robe el apellido porque entonces lo aplastaremos... Luego llegará el arrepentimiento, la redención y aquí no pasa nada.
¿Qué ha intentado el autor con esta historia? ¿Ha querido decirnos que el sueño americano es una quimera? ¿Nos deja el mensaje de que son las pequeñas esencias lo que realmente merece la pena más allá de las apariencias? ¿Ha querido que nos desinflemos al terminar el libro como se desinflaría un entusiasta buscador de El Dorado?¿Ha pretendido denunciar esos valores que hoy constituyen el eje del consumismo?
Preguntas sin respuesta, tristeza, letargo, un libro nacido para vender y poco más.
Me quedo con una reflexión que hace el autor, esperando que su novela no contribuya a ello...
"Le dirán: Abuelo, ¿para qué servían los libros? y usted contestará: Para soñar. O para talar árboles, ya no me acuerdo. Y entonces ya será demasiado tarde para despertarse: la estulticia de la humanidad habrá alcanzado el nivel crítico y nos mataremos entre nosotros por culpa de la estupidez congénita (lo que, de hecho, ya está pasando más o menos). El porvenir ya no está en los libros, Goldman".
Las tertulias del Jorge Guillén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario