A pesar de la incomodidad de
los asientos de nuestro salón de actos y del ruido provocado por la limpieza de
las aulas que están ubicadas justo encima de este, nos hemos mantenido, durante
las dos horas de proyección, mudos, absortos e impregnados de esta historia de
tanta crueldad como belleza.
Durante ese tiempo nos hemos
trasladado a una plataforma petrolífera y hemos convivido con unos personajes
que han encontrado en ese lugar un refugio donde huir de sus historias y en el
que pueden tener la garantía de que la gente los va a dejar en paz. Porque son
seres marcados por la tragedia, porque ocultan vivencias inimaginables,
inenarrables, desgarradoras.
Y es allí justamente, lejos
del mundo, en mitad de la nada, en un entorno gris y entre un mar siempre
revuelto, donde encuentran una pincelada de color. Es allí donde la vida vuelve
a cobrar sentido, centrándose en leves gestos como regar dos plantas, buscar
nuevos sabores, experimentar nuevas formas de amor o intercambiar íntimas
confidencias. Y es allí donde las soledades se fusionan y donde aprenden a
vivir con el insoportable peso de una carga que jamás podrá aligerar una
existencia. También allí conocen y envidian esa capacidad de quien persigue un
ideal a sabiendas de que se enfrenta a un muro infranqueable, porque, ¿qué
sería de este mundo si no existiera la utopía?
Coincidimos en que hemos
visto una película estupenda, magistralmente interpretada y sabiamente
dirigida.
La película nos ha hecho
reflexionar sobre la guerra en sí, pero especialmente sobre esas luchas
fratricidas que son las guerras civiles, alimentadas tal vez por los poderosos,
tal vez por la propia esencia humana. Nos hemos planteado cómo es posible que
un entorno aparentemente apacible y cordial pueda convertirse de pronto en un
infierno en el que el odio y el rencor sean capaces de desencadenar las escenas
más atroces. Y, sin embargo, a pesar de que la historia está ahí, a pesar de
los esfuerzos de algunos por congelar los instantes, por refrescar la memoria,
olvidamos. Olvidamos y volvemos con el tiempo a alimentar los enfrentamientos,
a repetir la Historia.
Curiosa esencia humana incapaz
de equilibrar esa lucha de instintos, ese pulso entre Eros y Thánatos, en el
que el segundo tantas veces vence. Y esa victoria del mal que ha marcado la
vida de nuestros personajes solo puede superarse con amor, con ese amor que
nace del olor a jabón, del roce de una piel, del susurro de unas palabras. Unas
palabras que son el principal y necesario vehículo de comunicación, pero que
esconden cosas impronunciables. Esas cosas que son “la vida secreta de las
palabras”.
Las Tertulias del IES
Jorge Guillén
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